La imperfección ( 1ª parte ) .

Sentirse imperfecto suele ser motivo de sufrimiento. Pero hasta las piedras están en proceso de transformación sin dejar de ser perfectas por ello. Hacer las paces con uno mismo requiere asumir la imperfección.

  Cuando estamos en medio de un paisaje exuberante y variado todo a nuestro alrededor parece en plena armonía: los troncos rugosos, las hojas que dejan pasar la luz del sol, los pequeños insectos, el sonido de los pájaros, el agua que corretea por el río... Todo se integra en el paisaje de una manera que podemos definir como perfecta. Pero si nos acercamos, vemos cierto caos detrás de toda esa diversidad. Tanta variedad, perfecta en sí misma por la manera en la que ha formado un conjunto, un ecosistema, convive con un equilibrio inestables, una imperfección a la que debemos la vida: el ADN, que impide que existan dos seres iguales. Gracias a ella, y a la fuerza selectiva y creadora de la evolución, podemos sentarnos en un tronco y contemplar no que nos rodea como si fuera el más bello paisaje.


  Como vemos, la vida se basa en las imperfecciones y, sin embargo, en la vida de cada uno la imperfección parece ser un defecto. Estamos tan obsesionados todos los días con conseguir la eficacia, la perfección, de cumplir todos nuestros objetivos al cien por cien, de actuar sin dudas... que reconocer las limitaciones es casi una declaración de incompetencia o culpabilidad. Se nos repite que tenemos que buscar la "excelencia" en lo que hacemos, palabra que suena en nuestros oídos como la nota que hay que obtener a final de curso; y se nos dice de muchas formas que hemos de parecernos, no ya a nuestros padres, sino a estereotipos de perfección como el de la supermujer o el del triunfador, que sólo generan frustración en quienes lo interiorizan.

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